Ya te habrás dado cuenta de que cuando estás más estresada te apetece más comida basura: azúcar o grasa.
Yo eso tiene una explicación:
Ante una situación de estrés, el movimiento gastrointestinal se ralentiza, incluso se detiene la digestión para que el cuerpo pueda hacer frente a una amenaza ¿te acuerdas del león?
Esa ralentización de la producción de jugos gástricos, sales biliares y ácido clorhídrico es una reacción sana y normal de nuestro cuerpo ¡Ante una situación de alarma no vamos a ponernos a comer! Ya sabemos que el problema está en mantener ese estrés de forma crónica.
Los microbios más adaptados a ese nuevo tránsito intestinal más lento van a proliferar y puede haber un excesivo crecimiento de organismos potencialmente prejudiciales que llevará a la pérdida de microorganismos beneficiosos y a la pérdida de la diversidad bacteriana.
Cuando esto pasa, puedes notar que alimentos que antes te sentaban bien, ahora te generan hinchazón, gases, heces blandas, diarreas, estreñimiento… Por otro lado, esa reducción de jugos gástricos, sales y ácidos puede conducir a problemas digestivos como reflujo gástrico, SIBO, hiperpermeabilidad intestinal etc etc
Las bacterias que ahora están creciendo van a pedir lo que les nutre a ellas. Algunas se alimentan de AZÚCAR y otras de GRASA y, a través del nervio vago, van a manipular cómo nos sentimos y lo que nos apetece comer para asegurarse su propia sobrevivencia.
Un consejo: no tomes el estrés como algo que está en tu vida y hay que adaptarse. Busca prácticas, cambios que te permitan reducir tus niveles de estrés. Este será un primer paso para una mejora maravillosa en tu salud. ¡Te lo digo desde la experiencia!